sábado, 28 de marzo de 2009

Permiso para ser feliz (una vez más)

No sé que fue más hermoso:
Si el hecho de que anduviera por Polanco con la excelente compañía de la única amiga que soñé antes de conocer o que sin esperarlo tuviera la oportunidad de ver luego de 11 años a la señorita Quimera Buendia.
Para quien se esté preguntando "¿De qué benditos habla?" tendría que remontarme algunos momentos al pasado.
Pero antes de ello quiero comentar que la fotografía que engalana este post fue la única entre muchas que busqué en Google para ilustrar no solo un post sino el sentimiento, el momento, la emoción y el concepto de la felicidad que ayer me embargaba.
Debo mencionar que esta fotografía fue originalmente publicada en el sitio de una personita que se hace llamara "Bipola" y cuyo sitio web es el siguiente:
Quise entrar en contacto con "Bipola" para pedir su permiso y publicar su foto en mi sitio pero primero te tienes que dar de alta en la web donde estos sitios personales están alojados y que bueno, son blogs pero no de Google lo cual es todo un rollo. Espero que no se moleste de que su foto aparezca aquí y como muestra de mi buena fe es que quise dar crédito del origen de esta foto.

Bueno, pues así como en la foto se puede ver a tres personitas compartiendo la misma felicidad juntas en el mismo tiempo y espacio, así sucedió justo ayer.
El lugar: Plaza Antara
El tiempo: Luego de las 6 de la tarde
Los actores: La señorita Champañas, La Quimera Buendia y este amigo suyo autor de este blog.
Y así como en la foto se mira que una de la tres persona brinca más alto así yo era de entre los tres el más feliz creo.
Lo más hermoso de momentos como este son precisamente no ser calculados, preparados. Son esos regalos que Dios gusta de hacernos en la vida. Son inesperados, sorpresivos y por ello mismo deslumbrantes.

Hace años atrás (desde mis tiempos de estudiante de secundaria) conocí a una mujer que marcó toda una era en mi vida durante seis años. Sus apellidos: Buendia Chávez. Su alias: "Quimera"
Agradezco a Dios por su vida y es que ella fue la persona que siendo mi musa en su tiempo y espacio me permitió descubrir y manifestar ese lado poético en mi. Recuerdo con mucho cariño y afecto los graciosos momentos que compartí a su lado. A nadie en el mundo le he escrito tantas líneas ni tantas líneas impresas inspiró como ella. Gracias a ese despertar literario pude incluso participar en algunos concursos de poesía y ensayo a nivel nacional. Con mucho cariño y nostalgia recuerdo la última vez que la vi hace 11 años en 1998.
Me dolió decirle adiós sin siquiera poder plantarle el beso que tanto había estado anhelando pero en ese momento, en ese espacio supe y sigo sabiendo que fue lo mejor. Tanto decirle adiós como no haberle dado ese beso.
Supe esa tarde que pasaría mucho tiempo y que quizás incluso no volvería a verla jamás aquí en la tierra otra vez. Siempre pidiendo a Dios que fuera muy feliz ha estado en muchas de mis oraciones.

Poco antes de que ambos tuviéramos que decirnos adiós en ese agosto de 1998 recuerdo que yo estaba estudiando la carrera de informática. Estaba pasando por unos momentos muy duros emocionalmente y todo lo que necesitaba en ese instante era un espacio, una montaña donde poder subir y llegar a la cima para gritar "¡Estoy vivo! Quiero vivir!" (¿les ha pasado?). Me sentía muy pero muy triste en verdad. Estando en las dos últimas horas de la clase de programación del día de pronto la maestra se dirigió hacia mi (quien estaba con la vista clavada en el monitor de la computadora siguiendo el código aquel que la profesora nos explicaba) y me dijo
-"Creo que alguien te busca"- dijo señalando hacia la ventana del salón que daba hacia afuera
-"¿A mi?"- le respondí con cierta molestia por la distracción pero con la incertidumbre de qué o quien
-"Si, hay una chica allí que está haciendo señas y creo que te habla a ti"- indicó nuevamente con cierta sonrisa
El barullo de varios compañeros en el salón no se hizo esperar
-"Uuuuh! El Juanjo..."-
-"Hasta lo buscan sus admiradoras"-
Volteé mi rostro con mucha duda hacia la ventana y si, efectivamente miré a una joven con chamarra roja y sonriente rostro que agitaba su mano para que la reconociera. Admito que no supe quien era por fracción de 3 segundos. Pero justo en el segundo 4 mi corazón saltó y salí corriendo del salón.
Cuando la vi y finalmente reconocí (como sucedió ayer también) casi me hice pipí, popó y pupú al mismo tiempo.
La abracé sin pensar (como ayer también) y no sabía qué decir (si, como ayer también).
Solo Dios que puede ver más allá de las apariencias y que conoce nuestros corazones pudo haber generado tal momento. Recuerdo que no regresé a clase y hasta olvidé mis cosas. Fuimos a la cafetería donde estuvimos hablando casi dos horas. Mis compañeros me encontraron en la cafetería y me llevaron amablemente mis cosas. De ahí fuimos a casa de mis papás y estuvimos charlando y bromeando hasta las 4 de la tarde. Finalmente se fue a su casa. Al día siguiente escribí un poema dedicado a ese momento precisamente con el título "Permiso para ser feliz". En medio de un momento de tanta neblina emocional en mi vida así recibí el hermoso regalo de su inesperada visita. Gracias a Dios por ese momento, por ese permiso para ser feliz.

La próxima vez que la vi fue en septiembre del 98 donde en su casa pasamos el quince de septiembre con muchos amigos suyos y su hermano Enrique en medio de muchas bromas, risas, comida y fiestas patrias.
La última ocasión, como mencioné hace unos momentos, fue en agosto cuando supe que era mejor que me retirara y bueno, jamás pensé volver a verla.
Ayer viernes salí del trabajo con esa emoción que solo el viernes trae consigo luego de una semana de labores, tensiones, risas, charlas, proyectos y demás que acompañan la semana en los empleos y en mi área de Tecnología e Información (Sistemas para los cuates). Necesitaba caminar un poco. Necesitaba ver cosas. Necesitaba respirar al caminar y ser consciente de ello, del movimiento de mis manos y mis pies al cruzar las calles. Necesitaba respirar hondo y exhalar con calma sin pensar en el trabajo y en mis retos personales del momento. Admito que aunque me gusta y se estar solo conmigo mismo, ayer no deseaba del todo hacerlo solo. Nos acompañamos al metro como solemos hacerlo y la franja de la raquítica puerta que divide la sección de hombre y mujeres en el metro fue como el palco desde donde tomé la mejor butaca para ver como la señorita Champañas logra entrar al vagón de ese rutinario pero hermosamente necesario sistema de transporte colectivo "metro" nuestro y mexicano y no morir en el intento de paso.
Descubrí que emplea la técnica de "escurrimiento" como ella misma lo admitió. Simplemente pones los brazos hacia abajo y te pegas a la masa de personas que están entrando también al vagón. Luego con ligeros movimientos derecha-izquierda te vas acomodando (escurriendo) entre los espacios que se van generando al estar todos dentro. Si, justo como un tornillo se acomoda en el taquete mientras el desarmador ajusta todo.
La vi desaparecer y caminé un poco hacia atrás tratando de ver su rostro entre las otras mujeres que ya dentro del vagón esperaban que este iniciara su marcha. Me vio y sonrió tratando de acomodarse lo más que podía. Extendió ligeramente su mano hasta donde el resto de los cuerpos apretujados se lo permitían y dijo "Adios Juanjo. Descansa". Me dirigí hacia el vagón ya del lado de la sección de hombres. Si las mujeres se van apretujadas, nosotros los hombres nos vamos compresos, alienados y solo porque las moléculas ya no permiten más espacio entre ellas no nos fusionamos como gotas de mercurio. Aún desde fuera vi la escena y me dio flojera siquiera intentar meterme entre algún espacio disponible. Me dio tal flojera que ni siquiera quería acercarme al andén para esperar al próximo tren. Por alguna razón el tren no cerró sus puertas con la prisa de siempre y se estacionó unos instantes causando impaciencia a los que estaban adentro. Podía haber estado apretujado por toda esa gente pero no quería estar solo en ese momento. Marqué el número temiendo unos segundos ser empalagoso pero con cierta libertad de hacerlo, de intentarlo.
-"¿Bueno?"-
-"¿Qué pasó Juanjo?"-
-"Oye, me preguntaba si querrías acompañarme a dar una vuelta. Quisiera caminar un poco"-
-(silencio unos segundos) "Si, bueno, deja me bajo. Si logro bajarme. Je, je, je!"-
Y se bajó del metro aunque vive tan lejos y la zona donde vive ciertamente tiene mejores lugares y parques por donde caminar.
Le propuse lo que le propuse justo el tercer día de haberla conocido: Ir a conocer Plaza Antara en Polanco.
Desde ahí hasta allá es un tramo largo. Caminamos lo suficiente para llegar hasta la otra estación del metro donde hace su base el microbús que te deja justo en frente de la plaza.

En el trayecto disfruté mucho esa sencilla, no forzada y sin etiquetas charla de dos amigos locos que se han llevado bien y donde uno soñó a la otra justo una semana antes de conocerla físicamente.
Entramos a la plaza y seguimos con nuestra simplona charla llena de chascarrillos y anécdotas. Nos detuvimos a ver una exposición de cuadros y bueno, pretendimos por 5 minutos ser críticos de arte en medio de risas y apreciaciones empíricas de lo que veíamos e interpretábamos en los lienzos aquellos.
Fue un momento breve pero bello.
Seguimos caminando hasta llegar al último nivel que es la zona de comidas.

Justo íbamos a llegar al final de la sección cuando sentí que alguien me tocó el hombro a mis espaldas.
Champañas y yo nos detuvimos. Al virar vi a esa mujer vestida con ese conjunto blanco y su cara sonriente apuntando hacia mi.
-"Ni te hagas el que no me viste. Eh?"-
¡Mi madre! y el aliento se me hizo bolas en los pulmones, el corazón latió como siete veces más de lo normal y mi boca hacía esfuerzos por articular palabra.
La abracé con la misma inercia de hace 11 años y por un momento estuve a punto de llorar pero mi mismo asombro no me dejó.
Champañas solo miraba en silencio la escena son esa bella sonrisa que solo ella tiene. No entendía mi reacción pero sabía que me daba mucho gusto ver a la chica de blanco.
Como entré en un estado de "estupidus sorpresus tremendus" fue la señorita Quimera quien aprovechó el momento para pedirme mis datos de contacto y preguntarme dónde estaba trabajando.
Le presenté a la señorita Champañas e intercambiaron manos con sonrisas femeninas. Casi pienso que se dijeron "Ya ves cómo se ponen los hombres a veces".
Me dijo que tenía que irse y bueno, se alejó con otros compañeros mientras Champañas y yo caminábamos hacia las escaleras eléctricas para llegar a la planta baja.

Terminado el tour por la plaza salimos y tomamos el microbús hacia el metro de nueva cuenta.
Abordamos el vagón (esta vez más vacío -y es que ya eran más de las 7-) y seguimos charlando hasta que ella tuvo que bajarse en la estación que la llevaría rumbo a su casa.
Luego de 4 días de desvelo al llegar a casa y estar en mi cama fue un caer entre nubes.
Jamás olvidaré este bendito viernes 27 de marzo que fue tan sencillo y al mismo tiempo perfecto.
Quien frecuentemente ha sido mi mano izquierda en la plaza estaba a la derecha. Quien muchos años estuvo a mi derecha ayer me encontró y estuvo de mi izquierda.
Hubiera querido tener dos brazos y una boca más para poder abrazarlas y besarlas a cada una y al mismo tiempo. Dios que ve más allá de los corazones encontró la forma de besarme así por medio de ellas y con ellas.
Misteriosamente y con tan solo creerlo, recibí de nuevo ese bendito momento, ese permiso para ser feliz.

1 comentario:

YO soy. dijo...

Juanjo! De verdad no sabes el gusto que me da que estes tan feliz! Te lo mereces... Ayer escuché algo que es muy cierto... Nuestra historia no esta escrita y a veces el destino es muy caprichoso, por lo que hay que permitirle a la vida que nos sorprenda.. Y por qué no? SER FELICES! Bien por ese viernes mágico!!!!! No dejes de sonreír! Un abrazote!